Se considera al comunicador como un servidor del interés general, vocero de la opinión pública y trabajador del bien común. Incluso este último punto es visto como el alma de la comunicación social, sin el cual el desarrollo humano no se daría.
El comunicador para el desarrollo (como rama de la comunicación social) tiene el reto de lograr un cambio positivo en el comportamiento, para un beneficio en común y de esta forma hacer sostenible el desarrollo alcanzado. Por ende, es primordial entender las barreras con el fin de adoptar prácticas adecuadas puestas al servicio del mejoramiento de la calidad de vida de los distintos grupos en la amplia gama de dimensiones de la sociedad (educación, medio ambiente, derechos humanos, salud, etc.)
Lejos de ser o no católico, cabe resaltar algunas de las ideas y doctrinas que la iglesia proclama. Sobre todo aquellas en las que la dignidad y respeto al ser humano no se subleva ante nada y el bienestar de un individuo se encamina a la búsqueda del bien común del grupo, a través del empleo de medios moralmente lícitos.
Si se ejerce esta profesión por el simple afán lucrativo y el beneficio de unos cuantos, se estaría traicionando los principio de la ética de la comunicación. Transmitir información verdadera y honesta, respetar la intimidad y libertad de las personas y finalmente comunicar una visión auténtica del desarrollo humano, son acciones íntegramente supeditadas a lograr el bienestar general.
La iglesia nos recuerda que toda actividad (del estado o privada) está sometida a la realización permanente del bien común. Es decir, de aquellas condiciones externas necesarias al conjunto de los ciudadanos para el desarrollo de sus cualidades y de sus oficios, de su vida material, intelectual y religiosa. Por ello, es de suma importancia la búsqueda de la realización de todas las personas que conforman la sociedad. Sin embargo se debe tomar en cuenta la jerarquización de las necesidades sociales a partir del principio de la dignidad de todo y cada ciudadano. Por ejemplo, el bien de toda la sociedad pasa por dar la prioridad a la satisfacción de las necesidades de los más vulnerables, porque es desde esta inclusión que se mide la igual dignidad de todos y cada uno de los miembros de la sociedad.
En esto se resume la labor del comunicador para el desarrollo (y la de todo profesional), ya que si bien se debe respetar un contrato con la empresa privada o una institución del estado, no podemos olvidar a quienes nos dirigimos y quienes serán los primeros en recibir los impactos que generemos. Un ejemplo de su vital importancia es el término responsabilidad social que viene cobrando cada vez más relevancia. No obstante, en algunas ocasiones se ha convertido en una bandera blanca que sirve para disimular malos manejos y mantener “contenta” por un tiempo a la población.
Como comunicadora para el desarrollo, debo y estoy en la obligación moral y ética de buscar en mi trabajo el bien común. Este no puede alcanzarse por medio del sacrificio de una gran parte de la comunidad, ni el individuo puede ser convertido en un instrumento del mismo. Sino que constituye un medio para poder alcanzar de manera equitativa el bien individual de todos los miembros de la sociedad. La iglesia católica nos invita a ello, en una práctica constante y desinteresada, lo cual considero un eje fundamental para regir mi vida profesional.
Esto escapa del tema cliché de si eres pecador iras al infierno y si eres bueno iras al cielo. Se trata de respetar, reconocer y promover los derechos del otro, de incluirlo en una participación, libre y creativa, de verlo como un ser humano y no un medio. Por el simple convencimiento de que nuestro trabajo se orienta al bienestar general y que con cada acción estaremos contribuyendo a la construcción de un mejor país en todo sentido y que algún día heredaran nuestros hijos.